RETO GANADOR DE NOVIEMBRE:

 

"Ella la miraba con amor, pero la miraba con los ojos del corazón, porque los suyos estaban velados desde que nació."

 

 

 

CANDELA BAREA HARO (1º ESO A)

 

CONCURSO DE MICRO-RELATOS CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

MÓNICA CARRIÓN

 

(Organizado por la Delegación de Igualdad y Juventud de la Diputación de Granada)

 

Bases del concurso y

Solicitud de participación

Pincha aquí.

II CERTAMEN DE MICRORRELATOS CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

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Microrrelatos premiados en el concurso convocado el 25 N, dentro del Plan de Igualdad

 

  

MODALIDAD E.S.O.   

 

TÍTULOS

1.    El sueño de la abogada

2.    Aprendí a sumar

 

AUTORA: Nuria Castillo Castillo  (2ºESO A)

  

Aprendí a sumar

 

Un día gritar, otro insultar, al siguiente amenazar, después pegar y solo dos caminos para salir:

seguir sumando o empezar a restar.

 

 

El sueño de la abogada

 

Llamó a la puerta y la abogada abrió, se sentaron en unas sillas y le empezó a contar:

“Me rechaza el desayuno, me insulta, me despreciaba las comidas, gritaba por cualquier cosa,

no puedo seguir así, necesito salir de este infierno, por eso estoy aquí.”

La abogada al oírla desveló su propio sueño. “Ser tan valiente como ella.”

 

 

 

MODALIDAD DE BACHILLERATO Y CICLOS FORMATIVOS

 

TÍTULO:   Hoy me vestiré elegante

 

AUTORA: Sabina de la Paz Bengochea Fortes (1º Bachillerato A)

 

 Hoy me vestiré elegante

 

Hoy pintaré mis labios de carmín, taparé mis ojeras, y maquillaré los moratones de mi cuerpo, para nunca más regresar al invierno de tus abrazos. Lejos quedan las humillantes palabras, los procelosos celos de tu vulgar querer, y ese tirano control que ejercías sobre mí. Me liberé de tus cadenas que oprimían mi cuerpo para no dejarme respirar. Perdí el miedo a tu presencia, a tus burdos reproches, a mi falsa culpabilidad…Por eso hoy me vestiré elegante, y saldré a la calle para estrenar mi nueva libertad.

 

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Relatos ganadores del primer Concurso
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Primer Premio Primer Ciclo ESO 

[ s o b r e    l a s    h o j a s ]

 

Hacía frío fuera, y la lluvia había cesado de golpear mi ventana hacía breves instantes.

Me aburría, y, obviamente, teniendo esas sinuosas carreteras ansiando ser exploradas por mí como antaño, supe que el aburrimiento no iba a durar mucho, así que me cubrí con la primera chaqueta que pillé a mano, y me dirigí fuera sin siquiera saber a dónde me dirigía exactamente.

Como nadie me esperaba, no tenía hora de llegada, así que comencé a caminar por allí como si realmente viese aquellas laderas, aquellas calles estrechas, de tierra, aquellos bancos con la pintura blanca que antiguamente habían adornado y ahora solo daban impresión de abandone por primera vez en mi vida.

Pese a la falta de actividad, lo que le restaba bastante atractivo, el aura que irradiaba el pueblo a mi alrededor me resultó de lo más embaucadora, ya que desde temprana edad siempre he sentido curiosidad, ganas de conocer lo desconocido, de observar lo invisible, de que no se escapase ni un detalle.

Pronto llegué a la linde del bosque, y sin nada que perder, me adentré en este sin saber las cosas que escondían sus ramas.

Desde mis primeros años de vida se me habló de la existencia de criaturas mágicas en el bosque, y desde entonces, cada vez que había uno cercano, para mí desconocido, me dedicaba a entrar y buscar en cada palmo de este, con la pequeña esperanza de que algún día apareciese algo.

Hacía años que no rondaba uno por allí, y, aún teniendo en este la mayoría de los recuerdos de mi niñez, apenas si recordaba dónde se situaba cada cosa.

Al cabo de unas horas paseando, ya cansada, decidí volver, pero, para mi desagrado y asombro, no sabía dónde me encontraba.

Había paseado por cada palmo de aquel extraño lugar, pero esos árboles, ese uno en concreto, no lo había visto en mi vida.

Escuché un extraño ruido que, gracias a mi cobardía, me hizo volver atrás unos metros, hasta volver a escucharlo. Esa vez, la curiosidad venció al miedo, así que volví a aquel extraño punto intermedio del bosque, más profundo de lo que yo jamás había estado, y escuché de nuevo con atención.

Esta vez, no escuché nada.

Y ahora, la rabia y la duda me reconcomían, ya que antes, gracias a mi nula valerosidad, había huido de aquel extraño (pero no molesto) sonido.

Desde ese momento, se volvió una obsesión.

Seguí caminando por caminos completamente nuevos para mí, hasta encontrar el origen, el cual no sabía si era una persona, objeto o simplemente una mala pasada de mí a veces demasiado desbordante imaginación.

Ahora el cielo había pasado de ser un recubrimiento color mar a un manto de color negro salpicado con estrellas y parcialmente eclipsado por la luna, ahora mi única compañera de viaje.

Decidí descansar, ya que sentía mis piernas flaquear, ansiosas de una merecida pausa.

Ya acomodada y con fuerza restante nada más que para cerrar los ojos, agudicé el oído casi inconscientemente. Todo estaba en silencio, pero un ruido seco, de pisadas livianas contra el suelo, como si una criatura, ya que no podía afirmar con seguridad que fuese una persona, fuese saltando entre rama y rama.

Decidí darme una última paliza, y corrí siguiendo las extrañas pisadas.

No sabía ni siquiera a donde me llevaban las piernas, pero estaba demasiado exhausta para pensar.

Y, sin darme cuenta, me encontré a mí misma corriendo tras una sombra la cual ni siquiera podía decir si era aquello que yo buscaba.

Aunque todos mis instintos decían que sí, estaba realmente asfixiada tras esa ardua tarea de correr a las dos de la madrugada persiguiendo a algo que se desplazaba a una velocidad inhumana.

Nunca pude presumir de mi resistencia o mi velocidad, en general de mi forma física, y esa noche, o esa madrugada mejor dicho, pude comprender por qué. Apenas quince escasos minutos a un poco menos del pleno rendimiento habían acabado con mis escasas fuerzas.

Así que, con mis ojos posados en la solitaria luna, caí rendida sin poder siquiera razonar qué estaba pasando aquí, que era aquello que perseguía o por qué mis pies habían dejado de hacerme caso a mí y se habían decidido ir ellos solos, por su parte, en busca de la cosa.

A la mañana siguiente, abrí perezosamente mis ojos sin esperar que iba a encontrarme de cara al cielo, ahora en tonos tornasolados, anaranjados, rosáceos e incluso un tanto azulados, todavía, en los confines del cielo.

No recordaba apenas nada, pero, tras cinco segundos de auto reflexión, comprendí por qué me encontraba tirada en el suelo del bosque.

Seguí caminando, incansable, ya que mi duda iba haciéndose cada vez mayor.

Tras dar un par de pasos, noté un poco más pesado mi bolsillo derecho.

Extrañada, metí la mano en busca de una piña caída, o incluso una piedra, quizás.

Por eso me sorprendí tanto al percatarme de que se trataba de un húmedo paquete.

Lo abrí, y el extraño sonido volvió a mis oídos, esta vez diez veces mayor.

Noté como si un peso, del cuál no había sido consciente en lo que llevaba de búsqueda, desapareciese, me dejase libre, y como si todas mis preocupaciones, que no eran pocas, también se fundieran con el olvido en un sueño.

Noté un escalofrío en la nuca, y, rauda, me torné para atrás.

Sorprendí a unos preciosos ojos ámbar mirándome tras un tronco.

A simple vista pude pensar que era un humano, pero fijándome bien en su piel aceitunada, sus facciones, mucho más angulosas que la de cualquier humano, y en general en su altura, muy superior a lo normal y su cuerpo, tan delgado como el tronco que le resguardaba de mí, me di cuenta de que aquella... criatura no podía ser un humano.

Se acercó a paso raudo a mí, desplazándose de puntillas, silencioso, y dando la impresión de que en cualquier momento iban a comenzar a volar.

Sonreí, nerviosa por su presencia.

¿Quién era ese extraño ser?

O, aún mejor...¿Qué era?

A continuación, pestañeé no más de dos milésimas de segundo y en el lugar del chico se encontraba la nada, lo cual me demostró que, efectivamente, eso no era humano.

Aún así, la curiosidad seguía persiguiendo a mi ser, así que no descansé hasta volver a crear otro extraño encuentro con aquel ser. Esa segunda vez, me miró con sus ojos ámbar con una mezcla de incredulidad, felicidad, y seguridad, con una media sonrisa en sus labios.

Me quedé prendada de aquella sonrisa tan extraña, pero tuve pocos segundos para contemplarla, ya que, extrañamente, una sombra nos cubrió a ambos.

Él miró al cielo y sonrió.

Yo miré al cielo, y ahogué un grito.

Una criatura de no menos de diez metros de longitud nos cubría ahora.

Alternaba sus miradas entre aquel ser que denominaré como “Chico”, aunque más bien parecía una evolución del ser humano, y yo misma.

Los ojos de aquella cosa, denominada como dragón, uno de los seres que ansiaba conocer desde que mi mente puede recordar, me intimidaban.

Eran azules y fríos como el hielo, y las escamas que cubrían cada centímetro de su piel era absolutamente blancas, excepto las centrales superiores, que estaban algo erizadas, y eran del color de sus ojos.

Aquel encuentro me pareció absolutamente impresionante, digno de admiración, y antes de que mis piernas reaccionaran y echasen a correr, huyendo de allí despavorida, como me habría correspondido gracias a mi grado de valentía, mi brazo, tembloroso y muy, muy pálido, se acercaba al rostro de la bestia.

Era realmente hermoso.

En menos de tres segundos, el chico estaba sobre el lomo del dragón, y, tras una mirada dubitativa, me invitó a subir con él.

Sin siquiera pensar lo que hacía, subí a lomos del dragón, olvidando mi miedo a las alturas, y en breves instantes nos encontrábamos a no menos de cincuenta metros sobre la tierra.

Reía a carcajadas, y podía notar como tanto el chico como el dragón sonreían.

Alguna que otra vez, el dragón soltaba algún sonido, que era idéntico a aquel que me empeñé tan tozudamente en perseguir hacía dos noches. Sonreía. Era feliz. Había pequeños altibajos en los que casi caía, pero ya no tenía miedo. Sonreí, y me solté de la cálida y suave mano del chico, que había mantenido aferrada a la mía para que no cayese.

Después, tras una enorme sacudida, noté que caía al vacío.

Desperté, sobresaltada, en el bosque de nuevo. Pero esta vez, la sensación era diferente. Me sentía completa, me sentía feliz.

Aunque parecía ser que todo había sido un hermoso sueño.

Al levantarme, con la mayor parte del cuerpo magullado y dolorido, noté un pequeño peso en mi bolsillo de nuevo.

Sonreí abiertamente, pues apostaba lo que fuese a que sabía lo que se encontraba ahí.

Metí de nuevo la mano en el bolsillo, lentamente, y sonreí.

El tacto húmedo del cartón mojado, y, al alzar levemente una tapa, el sonido proveniente de tal, me respondieron a la sonrisa.

Al fin y al cabo, sobre las hojas quizás se albergue algo más que gotas de lluvia o, en su defecto, motas de polvo.




Primer Premio Segundo Ciclo ESO

[ A l g o   m á s   q u e   d i s t a n c i a ]




Mi nombre es Emma Harrison. Tengo 21 años y vivo en el planeta Metnal. Aquí todo el mundo es normal. Van a sus trabajos normales, tienen su familia  normal... todo es muy aburrido... muy... normal. Yo no soy como ellos. Mis padres dicen que soy “especial”. Pero yo creo que lo dicen para que no me sienta mal conmigo misma. Lo que pasa es que yo... puedo comunicarme con otras personas a través de la mente. Tengo telepatía. 


A veces hablo con gente, mentalmente, claro. Me cuentan que para ellos la telepatía es normal, que no tengo que preocuparme por eso. Me encantaría conocerles... más bien, conocerle. Sí, llevo hablando con un chico unos tres meses. Es un encanto. Le gustan las mismas cosas que a mí. Estudia música, como yo. Le encanta el deporte, como a mí. Prácticamente se podría decir que somos almas gemelas. Él me prometió que algún día lograríamos vernos. Y ese día es hoy.

 

Me pongo mis ropas menos normales, las que más reflejan como realmente soy, y me dirijo con ansias al punto de encuentro que acordamos, el “Royal Albert Hall”. Cuando llego allí, no hay nadie. Igual con tantas ganas, he llegado un poco pronto. Me concentro, e imagino en mi mente las letras  escritas, lo que siempre hago para telecomunicarme. La frase es “ya estoy aquí, ¿te falta mucho?”. Él contesta al instante “yo también estoy aquí. No te  veo”. “Estoy en la puerta principal” digo. “Yo también” contesta él. Algo no va bien ...

 

Me siento en el suelo, desalentada por no haberlo visto. Empezamos a hablar, y pronto se me olvida todo, como de costumbre cuando hablo con él. Hablamos de diferentes temas, sus estudios, mis pasiones, a lo que queremos dedicarnos en un futuro... de repente dice:

-Emma, tengo que irme. Son casi las dos de la madrugada, y no puedo esperar más a que aparezcas delante de mí como por arte de magia.

-Espera... ¡¿las dos de la madrugada?! Tienes que estar de broma... son la siete y media de la tarde. -Respondo.

-No Emma, te digo que es de noche -me reprocha.

-¿De dónde me dijiste que eras?

-De Metnal.

-No puede ser. Es imposible. Yo también soy de Metnal. Y si tú fueses de Metnal, estarías sentado a mi lado, viendo la puesta de sol.

-Creo que sé cuál es el problema... Y no me gusta nada... Creo que vivimos en universos diferentes.

-¿Quieres decir que vives como en mi universo paralelo? ¿Qué por eso allí todo el mundo tiene telepatía? ¿Qué probablemente no nos podamos ver nunca? -Dije mientras empezaba a hiperventilar.

-Sí,... Pero Emma, tranquila. Encontraré la forma de poder vernos. Aunque eso me cueste la vida, no voy a dejar que mi chica favorita esté triste.

- Te quiero, Tom

-Y to a ti, Em. Hasta mañana. Que descanses.

Noto un vacío en mi interior. Se ha ido.

*punto de vista de Thomas*

 

Mientras camino de vuelta a casa, pienso en cómo podría conseguir viajar de un universo a otro... es imposible... nadie en la historia de la humanidad lo ha conseguido... Entonces, paso junto a una tienda aún abierta, y me llama la atención. Es una tienda de cosas de magia. Leo los carteles pegados en el escaparate. “Dos por uno en artículos de magia”, “consigue tu curso de mago por la mitad de precio”, “pactos con el diablo, sólo para valientes”... Este último me llama la atención y me acerco para leerlo entero: “Pacto con el diablo, sólo para valientes. Si deseas algo casi imposible, contacta con el diablo, y negocia con él”. No suelo creer en estas cosas pero... estoy desesperado. Entro a la tienda, y le digo a la señora detrás del mostrador que me gustaría pactar con el diablo. Ésta me pide 107 monedas y me dirige a una sala. Allí, me deja sólo y se va. Pasados unos minutos, cuando ya empiezo a pensar que me han timado, algo pasa a mi lado corriendo tan velozmente que no me da tiempo a distinguir qué es. Me giro para buscarlo con la mirada, y algo me toca el hombro gentilmente. Me vuelvo y veo a un señor con perilla y pelo negro, nariz aguileña, y bastantes más alto que yo. Parece todo un caballero.

-Buenas noches. ¿Requieres de mis servicios? -Dice con una voz profunda y grave.

-¿Es usted el diablo?

-Así es, joven. ¿Qué tal si nos ponemos a negociar ya? Mi tiempo es oro.

-¿Puede conseguir que viaje a otro universo?

-Eso depende, ¿qué puedes ofrecerme a cambio?

-Todo, lo que sea. Pero necesito ver a la chica a la que amo, por favor.

-Vaya, vaya, vaya... Parece que te gusta mucho esa chica. Por la pasión que se muestra en tus ojos cuando hablas de ella. Muy bien. Te daré lo que deseas si tú me ofreces una cosa a cambio. Sus memorias.


-¿Qué? ¿Cómo que “sus”?

-Sí, quiero las memorias de la chica de la que estás enamorado. Quiero que cuando termine tu tiempo en su universo, ella no te recuerde. Que no recuerde que alguna vez sintió algo por ti.

-¿Y por qué quieres algo así? -pregunté con voz temblorosa.

-Chaval, soy el diablo, ¿es que no has leído sobre mí? Me dedico a esto... ¿Aceptas o no?

-¿Durante cuánto tiempo podré esta allí?

-Te doy tres horas.

-Vale. ¿A partir de cuándo?

-A partir de... ya. - Dijo en un susurro.

De repente todo se vuelve negro, y me siento algo mareado. Cuando vuelve la claridad, me encuentro en la puerta del “Royal Albert Hall”. Está atardeciendo, Emma tenía razón. Veo a una chica sentada de espaldas a mí. Llamo a Emma telepáticamente, y le pido que se dé la vuelta. La chica que tengo en frente lo hace. Es ella, sin ninguna duda. Al verme, sonríe y se levanta corriendo para venir a abrazarme. En lo que dura el abrazo decido que ha merecido la pena el pacto con el diablo, y que no le diré nada para que disfrute de las tres horas que tenemos.

Pasamos la tarde hablando, riendo, abrazados, e incluso llegamos a besarnos. Pero cuando la voz de lo que en principio me había parecido un caballero suena en mi cabeza diciendo “hora de volver a casa”, se me saltan las lágrimas. Emma me mira extrañada, creo que ya está empezando a olvidar... Cuando todo comienza a volverse negro de nuevo, la miro directamente a los ojos y le grito un sonoro “no olvides que te quiero”. Vuelvo a marearme, y aparezco en la misma puerta del “Royal Albert Hall”. Esta vez es de noche,y no hay ninguna chica que me dé la espalda. Intento llamarla telapáticamente, pero lo único que recibo es silencio. Ella se ha ido, ha acabado. Pero puedo afirmar sin miedo a equivocarme, que aunque no tenía derecho a decidir sobre los recuerdos de nadie, han sido las mejores tres horas de mi vida.